Biblia Viva

...la Biblia de Jerusalén

Hechos 16, 7-30

7 Estando ya cerca de Misia, intentaron dirigirse a Bitinia, pero no se
lo consintió el Espíritu de Jesús.

8 Atravesaron, pues, Misia y bajaron a Tróada.

9 Por la noche Pablo tuvo una visión: Un macedonio estaba de pie
suplicándole: «Pasa a Macedonia y ayúdanos.»

10 En cuanto tuvo la visión, inmediatamente intentamos pasar a
Macedonia, persuadidos de que Dios nos había llamado
para
evangelizarles.

11 Nos embarcamos en Tróada y fuimos derechos a Samotracia, y al
día siguiente a Neápolis;

12 de allí pasamos a Filipos, que es una de las principales ciudades de
la demarcación de Macedonia, y colonia. En esta ciudad nos detuvimos
algunos días.

13 El sábado salimos fuera de la puerta, a la orilla de un río, donde
suponíamos que habría un sitio para orar. Nos sentamos y empezamos a
hablar a las mujeres que habían concurrido.

14 Una de ellas, llamada Lidia, vendedora de púrpura, natural de la
ciudad de Tiatira, y que adoraba a Dios, nos escuchaba. El Señor le abrió el
corazón para que se adhiriese a las palabras de Pablo.

15 Cuando ella y los de su casa recibieron el bautismo, suplicó: «Si
juzgáis que soy fiel al Señor, venid y quedaos en mi casa.» Y nos obligó a
ir.

16 Sucedió que al ir nosotros al lugar de oración, nos vino al
encuentro una muchacha esclava poseída de un espíritu adivino, que
pronunciando oráculos producía mucho dinero a sus amos.

17 Nos seguía a Pablo y a nosotros gritando: «Estos hombres son
siervos del Dios Altísimo, que os anuncian un camino de salvación.»

18 Venía haciendo esto durante muchos días. Cansado Pablo, se
volvió y dijo al espíritu: «En nombre de Jesucristo te mando que salgas de
ella.» Y en el mismo instante salió.


19 Al ver sus amos que se les había ido su esperanza de ganancia,
prendieron a Pablo y a Silas y los arrastraron hasta el ágora, ante
los
magistrados;

20 los presentaron a los pretores y dijeron: «Estos hombres alborotan
nuestra ciudad; son judíos

21 y predican unas costumbres que nosotros, por ser romanos, no
podemos aceptar ni practicar.»

22 La gente se amotinó contra ellos; los pretores les hicieron arrancar
los vestidos y mandaron azotarles con varas.

23 Después de haberles dado muchos azotes, los echaron a la cárcel y
mandaron al carcelero que los guardase con todo cuidado.

24 Este, al recibir tal orden, los metió en el calabozo interior y sujetó
sus pies en el cepo.

25 Hacia la media noche Pablo y Silas estaban en oración cantando
himnos a Dios; los presos les escuchaban.

26 De repente se produjo un terremoto tan fuerte que los mismos
cimientos de la cárcel se conmovieron. Al momento quedaron abiertas todas
las puertas y se soltaron las cadenas de todos.

27 Despertó el carcelero y al ver las puertas de la cárcel abiertas, sacó
la espada e iba a matarse, creyendo que los presos habían huido.

28 Pero Pablo le gritó: «No te hagas ningún mal, que estamos todos
aquí.»

29 El carcelero pidió luz, entró de un salto y tembloroso se arrojó a los
pies de Pablo y Silas,

30 los sacó fuera y les dijo: «Señores, ¿qué tengo que hacer para
salvarme?»