Biblia Viva

...la Biblia de Jerusalén

Daniel 12, 2-64

2 Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán,
unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno.

3 Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que
enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.

4 «Y tú, Daniel, guarda en secreto estas palabras y sella el libro hasta
el tiempo del Fin. Muchos andarán errantes acá y allá, y la
iniquidad
aumentará.»

5 Yo, Daniel, miré y vi a otros dos que estaban de pie a una y otra
parte del río.

6 Uno de ellos dijo al hombre vestido de lino que estaba sobre las
aguas del río: «¿Cuándo será el cumplimiento de estas maravillas?»

7 Y oí al hombre vestido de lino, que estaba sobre las aguas del río,
jurar, levantando al cielo la mano derecha y la izquierda, por Aquel
que
vive eternamente: «Un tiempo, tiempos y medio tiempo, y todas estas cosas
se cumplirán cuando termine el quebrantamiento de la fuerza del Pueblo
santo.»

8 Yo oí, pero no comprendí. Luego dije: «Señor mío, ¿cuál será la
última de estas cosas?»

9 Dijo: «Anda, Daniel, porque estas palabras están cerradas y selladas
hasta el tiempo del Fin.

10 Muchos serán lavados, blanqueados y purgados; los impíos
seguirán haciendo el mal; ningún impío comprenderá nada; sólo los doctos
comprenderán.


11 Contando desde el momento en que sea abolido el sacrificio
perpetuo e instalada la abominación de la desolación: mil doscientos
noventa días.

12 Dichoso aquel que sepa esperar y alcance mil trescientos treinta y
cinco días.

13 Y tú, vete a descansar; te levantarás para recibir tu suerte al Fin de
los días.»

Daniel 13

1 Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín.

2 Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jilquías, que
era muy bella y temerosa de Dios;

3 sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de
Moisés.

4 Joaquín era muy rico, tenía un jardín contiguo a su casa, y los
judíos solían acudir donde él, porque era el más prestigioso de todos.

5 Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos, escogidos
entre el pueblo, de aquellos de quienes dijo el Señor: «La iniquidad salió en
Babilonia de los ancianos y jueces que se hacían guías del pueblo.»

6 Venían éstos a menudo a casa de Joaquín, y todos los que tenían
algún litigio se dirigían a ellos.

7 Cuando todo el mundo se había retirado ya, a mediodía, Susana
entraba a pasear por el jardín de su marido.

8 Los dos ancianos, que la veían entrar a pasear todos los días,
empezaron a desearla.

9 Perdieron la cabeza dejando de mirar hacia el cielo y olvidando sus
justos juicios.

10 Estaban, pues, los dos apasionados por ella, pero no se descubrían
mutuamente su tormento,

11 por vergüenza de confesarse el deseo que tenían de unirse a ella,
12 y trataban afanosamente de verla todos los días.

13 Un día, después de decirse el uno al otro: «Vamos a casa, que es
hora de comer», salieron y se fueron cada uno por su lado.

14 Pero ambos volvieron sobre sus pasos y se encontraron de nuevo
en el mismo sitio. Preguntándose entonces mutuamente el motivo, se
confesaron su pasión y acordaron buscar el momento en que pudieran
sorprender a Susana a solas.

15 Mientras estaban esperando la ocasión favorable, un día entró
Susana en el jardín como los días precedentes, acompañada solamente de
dos jóvenes doncellas, y como hacía calor quiso bañarse en el jardín.

16 No había allí nadie, excepto los dos ancianos que, escondidos,
estaban al acecho.


17 Dijo ella a las doncellas: «Traedme aceite y perfume, y cerrad las
puertas del jardín, para que pueda bañarme.»

18 Ellas obedecieron, cerraron las puertas del jardín y salieron por la
puerta lateral para traer lo que Susana había pedido; no sabían que
los
ancianos estaban escondidos.

19 En cuanto salieron las doncellas, los dos ancianos se levantaron,
fueron corriendo donde ella,

20 y le dijeron: «Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve.

Nosotros te deseamos; consiente, pues, y entrégate a nosotros.

21 Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que estaba contigo un
joven y que por eso habías despachado a tus doncellas.»

22 Susana gimió: «¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si
hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros.

23 Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho
que pecar delante del Señor.»

24 Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Los dos ancianos
gritaron también contra ella,

25 y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín.

26 Al oír estos gritos en el jardín, los domésticos se precipitaron por
la puerta lateral para ver qué ocurría,

27 y cuando los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron
muy confundidos, porque jamás se había dicho una cosa semejante de
Susana.

28 A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de
Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos
inicuos contra Susana para hacerla morir.

29 Y dijeron en presencia del pueblo: «Mandad a buscar a Susana,
hija de Jilquías, la mujer de Joaquín.» Mandaron a buscarla,

30 y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de
todos sus parientes.

31 Susana era muy delicada y de hermoso aspecto.

32 Tenía puesto el velo, pero aquellos miserables ordenaron que se le
quitase el velo para saciarse de su belleza.

33 Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían.

34 Los dos ancianos, levantándose en medio del pueblo, pusieron sus
manos sobre su cabeza.

35 Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón tenía
puesta su confianza en Dios.

36 Los ancianos dijeron: «Mientras nosotros nos paseábamos solos
por el jardín, entró ésta con dos doncellas. Cerró las puertas y
luego
despachó a las doncellas.


37 Entonces se acercó a ella un joven que estaba escondido y se
acostó con ella.

38 Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta
iniquidad, fuimos corriendo donde ellos.

39 Los sorprendimos juntos, pero a él no pudimos atraparle porque
era más fuerte que nosotros, y abriendo la puerta se escapó.

40 Pero a ésta la agarramos y le preguntamos quién era aquel joven.
41 No quiso revelárnoslo. De todo esto nosotros somos testigos.» La

asamblea les creyó como ancianos y jueces del pueblo que eran. Y la
condenaron a muerte.

42 Entonces Susana gritó fuertemente: «Oh Dios eterno, que conoces
los secretos, que todo lo conoces antes que suceda,

43 tú sabes que éstos han levantado contra mí falso testimonio. Y
ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado
contra mí.»

44 El Señor escuchó su voz

45 y, cuando era llevada a la muerte, suscitó el santo espíritu de un
jovencito llamado Daniel,

46 que se puso a gritar: «¡Yo estoy limpio de la sangre de esta
mujer!»

47 Todo el pueblo se volvió hacia él y dijo: «¿Qué significa eso que
has dicho?»

48 El, de pie en medio de ellos, respondió: «¿Tan necios sois, hijos de
Israel, para condenar sin investigación y sin evidencia a una hija de Israel?

49 ¡Volved al tribunal, porque es falso el testimonio que éstos han
levantado contra ella!»

50 Todo el pueblo se apresuró a volver allá, y los ancianos dijeron a
Daniel: «Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, ya que
Dios te ha dado la dignidad de la ancianidad.»

51 Daniel les dijo entonces: «Separadlos lejos el uno del otro, y yo les
interrogaré.»

52 Una vez separados, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo:

«Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu
vida pasada,

53 dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y
absolvías a los culpables, siendo así que el Señor dice: "No
matarás al
inocente y al justo."

54 Conque, si la viste, dinos bajo qué árbol los viste juntos.»
Respondió él: «Bajo una acacia.»

55 «En verdad - dijo Daniel - contra tu propia cabeza has mentido,
pues ya el ángel de Dios ha recibido de él la sentencia y viene a partirte por
el medio.»


56 Retirado éste, mandó traer al otro y le dijo: «¡Raza de Canaán, que
no de Judá; la hermosura te ha descarriado y el deseo ha pervertido
tu
corazón!

57 Así tratabais a las hijas de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban
a vosotros. Pero una hija de Judá no ha podido soportar vuestra iniquidad.

58 Ahora pues, dime: ¿Bajo qué árbol los sorprendiste juntos?» El
respondió: «Bajo una encina.»

59 En verdad, dijo Daniel, tú también has mentido contra tu propia
cabeza: ya está el ángel del Señor esperando, espada en mano, para partirte
por el medio, a fin de acabar con vosotros.»

60 Entonces la asamblea entera clamó a grandes voces, bendiciendo a
Dios que salva a los que esperan en él.

61 Luego se levantaron contra los dos ancianos, a quienes, por su
propia boca, había convencido Daniel de falso testimonio

62 y, para cumplir la ley de Moisés, les aplicaron la misma pena que
ellos habían querido infligir a su prójimo: les dieron muerte, y aquel día se
salvó una sangre inocente.

63 Jilquías y su mujer dieron gracias a Dios por su hija Susana, así
como Joaquín su marido y todos sus parientes, por el hecho de que
nada
indigno se había encontrado en ella.

64 Y desde aquel día en adelante Daniel fue grande a los ojos del
pueblo.

Daniel 14

1 El rey Astiages fue a reunirse con sus padres, y le sucedió Ciro el

Persa.

2 Daniel era comensal del rey y más honrado que ningún otro de sus

amigos.

3 Tenían los babilonios un ídolo, llamado Bel, con el que se gastaban
cada día doce artabas de flor de harina, cuarenta ovejas y seis medidas de
vino.

4 El rey también le veneraba y todos los días iba a adorarle. Daniel,
en cambio, adoraba a su Dios.

5 El rey le dijo: «¿Por qué no adoras a Bel?» El respondió: «Porque
yo no venero a ídolos hechos por mano humana, sino solamente al Dios
vivo que hizo el cielo y la tierra y que tiene poder sobre toda carne.»

6 Díjole el rey: ¿Crees que Bel no es un dios vivo? ¿No ves todo lo
que come y bebe a diario?»

7 Daniel se echó a reír: «Oh rey, no te engañes - dijo -, por dentro es
de arcilla y por fuera de bronce, y eso no ha comido ni bebido jamás.»


8 Entonces el rey, montando en cólera, mandó llamar a sus sacerdotes
y les dijo: «Si no me decís quién es el que come este dispendio, moriréis;
pero si demostráis que el que lo come es Bel, morirá Daniel por
haber
blasfemado contra Bel.»

9 Daniel dijo al rey: «¡Hágase según tu palabra!» Eran setenta los
sacerdotes de Bel, sin contar las mujeres y los hijos.

10 El rey se dirigió, pues, con Daniel al templo de Bel,

11 y los sacerdotes de Bel le dijeron: «Mira, nosotros vamos a salir de
aquí; tú, oh rey, manda poner la comida y el vino mezclado; luego cierra la
puerta y séllada con tu anillo; si mañana por la mañana, cuando vuelvas, no
encuentras que Bel se lo ha comido todo, moriremos nosotros; en caso
contrario, morirá Daniel que nos ha calumniado.»

12 Estaban ellos tranquilos, porque se habían hecho una entrada
secreta debajo de la mesa y por allí entraban normalmente a llevarse
las
ofrendas.

13 En cuanto salieron y el rey depositó la comida ante Bel,

14 Daniel mandó a sus criados que trajeran ceniza y la esparcieran
por todo el suelo del templo, sin más testigo que el rey. Luego
salieron,
cerraron la puerta, la sellaron con el anillo real, y se fueron.

15 Los sacerdotes vinieron por la noche, como de costumbre, con sus
mujeres y sus hijos, y se lo comieron y bebieron todo.

16 El rey se levantó muy temprano y Daniel con él.

17 El rey le preguntó: «Daniel, ¿están intactos los sellos?»
-

«Intactos, oh rey», respondió él.

18 Nada más abierta la puerta, el rey echó una mirada a la mesa y
gritó en alta voz: «¡Grande eres, Bel, y no hay en ti engaño alguno!»

19 Daniel se echó a reír y, deteniendo al rey para que no entrara más
adentro, le dijo: «Mira, mira al suelo, y repara de quién son esas huellas.»

20 - «Veo huellas de hombres, de mujeres y de niños», dijo el rey;

21 y, montando en cólera, mandó detener a los sacerdotes con sus
mujeres y sus hijos. Ellos le mostraron entonces la puerta secreta por la que
entraban a consumir lo que había sobre la mesa.

22 Y el rey mandó matarlos y entregó a Bel en manos de Daniel, el
cual lo destruyó, así como su templo.

23 Habían también una gran serpiente a la que los babilonios
veneraban.

24 El rey dijo a Daniel: «¿Vas a decir también que ésta es de bronce?
Mira, está viva y come y bebe: no puedes decir que no es un dios vivo; así
que adórale.»


25 Daniel respondió: «Yo adoro sólo al Señor mi Dios; él es el Dios
vivo. Mas tú, oh rey, dame permiso y yo mataré a esta serpiente sin espada
ni estaca.»

26 Dijo el rey: «Te lo doy.»

27 Daniel tomó entonces pez, grasa y pelos, lo coció todo junto e hizo
con ello unas bolitas que echó en las fauces de la serpiente; la serpiente las
tragó y reventó. Y dijo Daniel: «¡Mirad qué es lo que veneráis!»

28 Al enterarse los babilonios, se enfurecieron mucho; se amotinaron
contra el rey y dijeron: «El rey se ha hecho judío: ha destruido a Bel, ha
matado a la serpiente, y a los sacerdotes los ha asesinado.»

29 Fueron, pues, a decir al rey: «Entréganos a Daniel; si no, te
mataremos a ti y a toda tu casa.»

30 Ante esta gran violencia, el rey se vio obligado a entregarles a
Daniel.

31 Ellos le echaron en el foso de los leones, donde estuvo seis días.
32 Había en el foso siete leones a los que se les daba diariamente dos

cadáveres y dos carneros; entonces no se les dio nada, para que devoraran a
Daniel.

33 Estaba a la sazón en Judea el profeta Habacuc: acababa de
preparar un cocido y de desmenuzar pan en un plato, y se dirigía al campo a
llevárselo a los segadores.

34 El ángel del Señor dijo a Habacuc: «Lleva esa comida que tienes a
Babilonia, a Daniel que está en el foso de los leones.»

35 «Señor - dijo Habacuc - no he visto jamás Babilonia ni conozco
ese foso.»

36 Entonces el ángel del Señor le agarró por la cabeza y, llevándole
por los cabellos, le puso en Babilonia, encima del foso, con la rapidez de su
soplo.

37 Habacuc gritó: «Daniel, Daniel, toma la comida que el Señor te ha
enviado.»

38 Y dijo Daniel; «Te has acordado de mí, Dios mío, y no has
abandonado a los que te aman.»

39 Y Daniel se levantó y se puso a comer, mientras el ángel de Dios
volvía a llevar al instante a Habacuc a su lugar.

40 El día séptimo, vino el rey a llorar a Daniel; se acercó al
foso,
miró, y he aquí que Daniel estaba allí sentado.

41 Entonces exclamó: «Grande eres, Señor, Dios de Daniel, y no hay
otro Dios fuera de ti.»

42 Luego mandó sacarle y echar allá a aquellos que habían querido
perderle, los cuales fueron al instante devorados en su presencia.