Biblia Viva

...la Biblia de Jerusalén

Daniel 12, 7-33

7 Y oí al hombre vestido de lino, que estaba sobre las aguas del río,
jurar, levantando al cielo la mano derecha y la izquierda, por Aquel
que
vive eternamente: «Un tiempo, tiempos y medio tiempo, y todas estas cosas
se cumplirán cuando termine el quebrantamiento de la fuerza del Pueblo
santo.»

8 Yo oí, pero no comprendí. Luego dije: «Señor mío, ¿cuál será la
última de estas cosas?»

9 Dijo: «Anda, Daniel, porque estas palabras están cerradas y selladas
hasta el tiempo del Fin.

10 Muchos serán lavados, blanqueados y purgados; los impíos
seguirán haciendo el mal; ningún impío comprenderá nada; sólo los doctos
comprenderán.


11 Contando desde el momento en que sea abolido el sacrificio
perpetuo e instalada la abominación de la desolación: mil doscientos
noventa días.

12 Dichoso aquel que sepa esperar y alcance mil trescientos treinta y
cinco días.

13 Y tú, vete a descansar; te levantarás para recibir tu suerte al Fin de
los días.»

Daniel 13

1 Vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín.

2 Se había casado con una mujer llamada Susana, hija de Jilquías, que
era muy bella y temerosa de Dios;

3 sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de
Moisés.

4 Joaquín era muy rico, tenía un jardín contiguo a su casa, y los
judíos solían acudir donde él, porque era el más prestigioso de todos.

5 Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos, escogidos
entre el pueblo, de aquellos de quienes dijo el Señor: «La iniquidad salió en
Babilonia de los ancianos y jueces que se hacían guías del pueblo.»

6 Venían éstos a menudo a casa de Joaquín, y todos los que tenían
algún litigio se dirigían a ellos.

7 Cuando todo el mundo se había retirado ya, a mediodía, Susana
entraba a pasear por el jardín de su marido.

8 Los dos ancianos, que la veían entrar a pasear todos los días,
empezaron a desearla.

9 Perdieron la cabeza dejando de mirar hacia el cielo y olvidando sus
justos juicios.

10 Estaban, pues, los dos apasionados por ella, pero no se descubrían
mutuamente su tormento,

11 por vergüenza de confesarse el deseo que tenían de unirse a ella,
12 y trataban afanosamente de verla todos los días.

13 Un día, después de decirse el uno al otro: «Vamos a casa, que es
hora de comer», salieron y se fueron cada uno por su lado.

14 Pero ambos volvieron sobre sus pasos y se encontraron de nuevo
en el mismo sitio. Preguntándose entonces mutuamente el motivo, se
confesaron su pasión y acordaron buscar el momento en que pudieran
sorprender a Susana a solas.

15 Mientras estaban esperando la ocasión favorable, un día entró
Susana en el jardín como los días precedentes, acompañada solamente de
dos jóvenes doncellas, y como hacía calor quiso bañarse en el jardín.

16 No había allí nadie, excepto los dos ancianos que, escondidos,
estaban al acecho.


17 Dijo ella a las doncellas: «Traedme aceite y perfume, y cerrad las
puertas del jardín, para que pueda bañarme.»

18 Ellas obedecieron, cerraron las puertas del jardín y salieron por la
puerta lateral para traer lo que Susana había pedido; no sabían que
los
ancianos estaban escondidos.

19 En cuanto salieron las doncellas, los dos ancianos se levantaron,
fueron corriendo donde ella,

20 y le dijeron: «Las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve.

Nosotros te deseamos; consiente, pues, y entrégate a nosotros.

21 Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que estaba contigo un
joven y que por eso habías despachado a tus doncellas.»

22 Susana gimió: «¡Ay, qué aprieto me estrecha por todas partes! Si
hago esto, es la muerte para mí; si no lo hago, no escaparé de vosotros.

23 Pero es mejor para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho
que pecar delante del Señor.»

24 Y Susana se puso a gritar a grandes voces. Los dos ancianos
gritaron también contra ella,

25 y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín.

26 Al oír estos gritos en el jardín, los domésticos se precipitaron por
la puerta lateral para ver qué ocurría,

27 y cuando los ancianos contaron su historia, los criados se sintieron
muy confundidos, porque jamás se había dicho una cosa semejante de
Susana.

28 A la mañana siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de
Joaquín, su marido, llegaron allá los dos ancianos, llenos de pensamientos
inicuos contra Susana para hacerla morir.

29 Y dijeron en presencia del pueblo: «Mandad a buscar a Susana,
hija de Jilquías, la mujer de Joaquín.» Mandaron a buscarla,

30 y ella compareció acompañada de sus padres, de sus hijos y de
todos sus parientes.

31 Susana era muy delicada y de hermoso aspecto.

32 Tenía puesto el velo, pero aquellos miserables ordenaron que se le
quitase el velo para saciarse de su belleza.

33 Todos los suyos lloraban, y también todos los que la veían.